La duda constante del escritor

A menudo dudo sobre si escribir ficción es lo que "debería" estar haciendo. Muchos de mis artículos han ido de una u otra manera encaminados a responder a esa pregunta e infundirme ánimos cuando se me hace cuesta arriba la rutina diaria. 

En ¿Qué bien puede hacer? me preguntaba al respecto de la utilidad de la escritura y del arte en general (aunque en realidad me preguntaba sobre la utilidad de mi arte, todas las preguntas interpelan siempre a uno mismo). En “No tienes talento para escribir” y otros mitos hablaba sobre la duda que nos acecha a muchos de nosotros, si tendremos o no talento para esto. En ¿Te gusta escribir? analizaba qué sucede cuando escribir se convierte en algo arduo y que nos hace sufrir, y si esto debería preocuparnos. En Qué es y cómo vencer a la Resistencia, hablaba, bueno, de eso mismo, de qué es y cómo vencer a la Resistencia. La Resistencia puede tomar la forma de la duda, o bien experimentar la Resistencia puede hacerte dudar de si estás haciendo realmente lo que deberías hacer.

Lo curioso es que da igual las veces que lo haya considerado, las veces que me haya hecho la misma pregunta y le haya dado la misma respuesta, o una parecida, u otra nueva pero que viene a decir lo mismo. Da igual porque la duda es más un estado emocional que mental, es un momento de inestabilidad, desasosiego y desconexión, un momento en el que se apodera el miedo.

Lo cual no quiere decir que la duda no sea útil. Mi amiga María, arteterapeuta y poeta, me dijo en una ocasión que la duda era como el viento en el huerto. "Muy veloz y prolongado puede romper los tallos y arrancar las plantas. Inconstante y sin fuerza violenta, sin embargo, mueve el polen, ayuda a los insectos a planear y a polinizar, y a las plantas a comunicarse y a protegerse... La duda no es mala, dudar de lo que haces es fundamental para crear, pero hay que tomar conciencia de la dosis que necesitamos en cada momento, o dicho de otra manera: evitar que cree una resistencia que nos impida crecer." 

Este extraño periodo que estamos viviendo está generando dudas y confusión en mucha gente, y como dice María, la duda puede ser una ayuda o un impedimento, según cómo venga y el tiempo que se quede con nosotros.

Mi primera acción frente a la duda, cuando me levanto una mañana y lo último que me apetece es escribir, es hacer una pequeña concesión: escribiré tan solo quince minutos. Después de haber escrito durante quince minutos, podré darle vueltas a eso que me ronda la cabeza y dejar, si quiero, que me consuma la duda. Otra concesión, si la primera es insuficiente, es permitirme escribir algo completamente distinto. Si una escena se me ha atragantado, puedo escribir otra, o saltar a otra historia o escribir un guion, si me apetece. 

Para mí es importante que la duda no me incapacite y, al mismo tiempo, no ignorar esa duda, pues de otro modo aparecerá nuevamente al día siguiente, y lo hará con refuerzos y sed de sangre. 

Otra de las acciones que suelo tomar es, después de haber hecho lo que me había propuesto hacer (con las concesiones necesarias para apaciguar a la duda), sentarme y recordar para qué hago lo que hago. 

Tengo incluso una pequeña chuleta con los disfraces más frecuentes con los que se viste la duda y con algunas preguntas que me dan una mayor perspectiva.

Esta es mi lista, la tuya puede que sea parecida o totalmente distinta. Aviso que en algunos puntos me pongo un poco dramática, pero la situación a veces lo exige. 

  • No eres el único y no estás solo. Todos los escritores pasan por momentos en los que no les apetece escribir, lo ven inútil, creen que lo que han escrito es una basura, piensan que no llegará a nada, no disfrutan de la lectura o dudan de la literatura en general.

  • ¿Qué pasaría si abandonaras completamente la escritura? ¿Cómo te sentirías en tu lecho de muerte si abandonaras antes de haber escrito y publicado una novela completa?

  • ¿Para qué escribir, qué utilidad tiene? Estamos hechos de la cultura que hemos consumido.  ¿Quiénes son esos escritores y artistas que conforman tu panorama interior? (En mi caso, forman parte de mí las novelas de Le Guin, la obra de Tolkien, la poesía de Borges y muchos otros.)

  • La literatura puede cambiar el mundo, es mucho más que entretenimiento. No siempre lo sientes así, pero es así. (Y aunque fuera solo entretenimiento, también este es valioso en sí mismo).

  • ¿No eres un escritor auténtico si últimamente no te apetece leer? Si bien leer, y leer de forma constante, es muy importante para desarrollar el arte y seguir aprendiendo, no es fundamental para escribir. Hay escritores veteranos que prefieren no leer nada, o leer libros muy concretos, mientras están escribiendo una obra. Joe Abercrombie, por ejemplo. No hay ninguna regla escrita que diga que un artista tiene que serlo de una manera determinada.

  • ¿Si no estás obsesionado con tu mundo y tus personajes día y noche no tienes lo que hay que tener para escribir sobre ellos? No. Además de escritor eres muchas otras cosas y es normal que no estés todo el día escribiendo o pensando en escribir, como también es normal que haya temporadas en que estés más obsesivo o más enganchado y otras en las que te lo tomes menos en serio y tengas otras ocupaciones. La gran mayoría de escritores tienen además otros trabajos, una familia y diversos proyectos, por lo que es natural que ocupen una parte de su mente. Todo lo que hagas, aunque parezca que no tiene ninguna relación, te hace crecer como persona, y por tanto también como artista.

    La duda es una compañera constante del artista. Lo es, en realidad, de cualquiera, pero se ceba especialmente con los artistas porque el arte no es tan fácil de justificar, externamente e internamente, como el afán de montar un negocio, tener una familia o apuntarnos a un voluntariado. El arte no está bien considerado. El arte de masas, los bestsellers y las superproducciones, las series de televisión y las grandes figuras del mundo de las galerías sí que son ensalzadas y protegidas como bienes culturales, pero no todos nos convertiremos en una de esas grandes figuras, y el merecimiento, la calidad de nuestro producto, solo es un factor entre muchos otros. Somos muchos creadores, y no todos podemos aspirar a hacer arte de masas, o no queremos hacerlo.

    ¿Qué nos queda entonces? Encontrar una aspiración distinta, que sí esté en nuestras manos. El disfrute intrínseco es fundamental, en mi post sobre cómo cultivar la determinación hablaba de este vector y su relación con el éxito. Pero para mucha gente no es suficiente. Al fin y al cabo, una gran parte de nosotros deseamos poder aportar algo con nuestra vida, y ese es el motivo por el que hacemos arte también. Si no podemos aspirar a la difusión masiva, que parece ser en nuestra sociedad lo único que justifica el trabajo del artista, ¿a qué podemos aspirar?

    Podemos volver a las raíces de por qué hacemos lo que hacemos, o lo hacíamose. Muchos tenemos una relación temprana con el arte, ya sea como creadores o como consumidores. Los que hoy somos escritores, antes habíamos leído mucho, y probablemente también escribimos nuestros primeros relatos inspirados por lo que estos primeros libros nos transmitieron. Yo recuerdo que las historias que me inventaba en la adolescencia estaban pensadas para que Paula, mi mejor amiga, las leyera, y nada más. Esa era toda mi aspiración, entre otras cosas porque era consciente de que no eran en absoluto publicables. Mi deseo era escribir algo que emocionara a mi amiga, y que después me comentara cómo se había sentido imaginándose lo que yo había escrito y si le había hecho pensar. 

    Aquello era un motor increíblemente poderoso. Me podía pasar horas escribiendo para tener el siguiente capítulo listo, porque sabía que Paula lo estaba esperando. La había transformado a ella en uno de los protagonistas y eso hacía que estuviera aún más intrigada por lo que iba a pasar. En clave, aparecían muchos de los problemas a los que nos enfrentábamos en la vida real, desde una óptica distinta y, esperaba, más amplia. También había muchas escenas simplemente esperpénticas, provocadoras y divertidas, y algunos anhelos profundos de los que nunca habíamos hablado.

    Con los años empecé a escribir otro tipo de historias, y ya los personajes no tenían tanto que ver con la gente de mi alrededor. También mi manera de escribir cambió y ya no estaba tan dispuesta a enseñar cada capítulo según lo iba produciendo, porque ahora todo tenía que encajar perfectamente y pasar por dos o tres revisiones completas. Lo que antes escribía en una o dos tardes y podía llevar a mi (único) lector, después se convirtió en un trabajo titánico de varios meses o incluso años. Perdí el momento en que compartía el arte con los que me importaban. Muchos de los que empezamos a escribir jóvenes lo hacíamos siguiendo un patrón similar, y con los años perdimos esa espontaneidad pero ganamos quizá (y con mucho esfuerzo) un arte más maduro.

    Sin embargo, y aunque mi manera de escribir y de compartir lo que he escrito haya cambiado, la aspiración es aún la misma: escribir algo que emocione a quien me lea e invitarle a imaginar otros mundos y otras maneras de ver el mundo. Si eso es lo que logra hacer mi escritura aunque solo sea para una persona, ¿acaso no sería suficiente? ¿Está justificado escribir (pintar, hacer teatro, bailar, hacer macramé...) si solo vamos a tocar el corazón de una persona? Yo creo que sí, y que no solo está justificado sino que es una de las mejores cosas que podemos hacer. 

    Hay muchas historias como la mía, y muchas que no lo son en absoluto. Mi intención al compartir la mía es ayudarte a reflexionar sobre la tuya, sea o no parecida. Considero que este es un ejercicio que puede ser muy valioso, especialmente en los momentos de duda, hastío o frustración, que son normales, inherentes incluso, al arte en general. 

    Creo que muchos escritores, muchos artistas, experimentamos dudas. Son más o menos frecuentes, más o menos violentas, pero nunca andan muy lejos. Si la obra de arte nace de un conflicto, de un intento de resolución o al menos de una exposición de este, entonces el artista es también lo que es su obra. Igual que el héroe de la novela no va a recibir una ayuda celestial en el último momento, el escritor no va a ver sus conflictos eliminados y sus dudas resueltas por mano de nadie. Es él quien responde a todo ello con su vida y con su obra. 





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