Bienvenido al día 5 de Musa 2.0

Normalmente cuando nos ponemos a generar ideas lo que buscamos es dar con una que sea suficientemente buena. Pero cuando escribes no puedes quedarte con la primera que no sea mediocre, porque quieres algo más: sorprender al lector, profundizar en un tema, hacer un aporte distinto al mundo.

Las primeras ideas que tengas, incluso las más inspiradas, seguramente provengan de las partes de tu cerebro que más «riegas» (¿recuerdas aquello de la información como agua que se vierte en las acequias de tu cerebro, los patrones más asentados?). Por eso necesitas algún aporte externo, alguna herramienta que te haga discurrir por otros caminos y nutrir todo tu cerebro.

Las nuevas ideas que tengas aportarán frescor a tu escritura, incluso si decides quedarte con esa primera idea «suficientemente buena».

Esta es mi herramienta base, sin la cual ni siquiera empuño el boli.

¿Cómo funciona? Es muy simple:

Ante cualquier problema o idea inicial, proponte generar una idea tras otra hasta alcanzar, al menos, veinte. Tui cerebro estará casi exprimido a la décima, pero es entonces cuando las ideas tienen más valor, porque anotarás cualquier cosa con tal de rellenar la lista y se te ocurrirán cosas improbables y alocadas. Estas ideas igual no te solucionarán la papeleta, pero te sugerirán otras ideas o modificaciones de la «idea ganadora».

Habitualmente decidimos generar ideas con la intención de encontrar una que sea aplicable a nuestro problema. Nos detenemos en la que consideramos suficiente. Sin embargo, cuando generas ideas para poner en marcha tu creatividad, lo que buscas no es quedarte con la primera idea valiosa, quizá la única que nos va a servir, sino seguir generando ideas por su propio valor provocador.

Aquí tienes un ejemplo de una lista con tel tema «Cómo escribir más».

En esta lista, verás que hay algunas ideas que no son serias («divorciarme»), pero que ayudan a dar con otras ideas: «designar un espacio y tiempo para mí». Y de ahí acaba desembocando en «ser más productivo al escribir». Cualquier idea es válida porque te conducirá a otras que estaban demasiado alejadas de tus caminos habituales. Y continuar buscando ideas más allá de la primera que das por buena te permite llegar a ideas aún mejores («editar menos»).

Toma dos ideas que no están en principio relacionadas y trata de combinarlas.

Volvamos a la boxeadora del ejercicio de la lección anterior. Tienes por un lado la idea de que la boxeadora es amante de los animales y tiene un gato, y la idea de que su mejor amiga la traicionó y desde entonces no se fía de nadie. Ambas ideas podrían desarrollarse perfectamente por separado, pero puedes juntarlas y hacer que nuestra boxeadora recuerde lo bien que se llevaba su vieja amiga con su gato. Han pasado años desde aquello, pero su gato aún la recuerda y cuando se reencuentran es el gato el que da el primer paso para volver a juntarlas.

Pero no te quedes ahí. Combina esta técnica con la lista de veinte, para encontrar otras conexiones que te puedan sugerir ideas más provocadoras. Quizá el gato no quería a esta amiga y la arañaba siempre. Cuando nuestra protagonista perdona a su vieja amiga, el gato recela. ¿Qué sabe el gato que nuestra protagonista ignora?

Nos preguntamos qué pasaría si las cosas siguieran como están o si lo contrario a lo que habíamos planeado sucediera: el «¿y si…?» que utilizamos, sobre todo, para justificar nuestros miedos.

En lugar de utilizarlo para mirar atrás, puedes emplearlo con imaginación para crear todo tipo de supuestos (creíbles o increíbles): «¿y si mi post fuera leído por un magnate de Hollywood?», «¿y si mi ensayo fuera expuesto en un aula para demostrar una nueva teoría?», «¿y si la boxeadora fuera también una heroína en la sombra?»

Tu pregunta puede ser totalmente legítima (algo que podría suceder y que querrías tener en cuenta al escribir), o un desfase imaginativo: no importa. Lo importante es la respuesta que le des y cómo sacuda tu bien podado árbol de ideas.

Todos nos movemos en un mundo de supuestos. Damos por supuesto que necesitamos dinero para comprar el pan, porque así ha funcionado la economía hasta el día de hoy. Gracias a ese supuesto, bajamos a la calle con la cartera. Pero, a veces, nuestros supuestos limitan nuestra visión, nos impiden enfocar bien un problema.

Cuando montas muebles de Ikea funcionas con una serie de supuestos: has comprado el mueble que toca, todas las piezas están en la caja, las instrucciones son correctas… Estos supuestos son útiles, porque te permiten avanzar, pero puedes quedarte atascado si no te los replanteas. La última vez me pasó montando una cajonera con mi chico: la descripción del producto decía «cajón alto», y entendimos «alto» por «el que va arriba». Sin embargo, al ver que nada encajaba como debería, tras darle muchas vueltas y tras varias discusiones acaloradas, nos replanteamos aquel primer supuesto y descubrimos que «alto» quería decir «que ocupa una altura mayor que los interiores». ¡A desmontarlo todo!

Imagina que tus supuestos son tu base de operaciones. Si quisieras escalar el monte Everest, no asentarías la base de operaciones en Valencia, sino que te moverías hasta el Himalaya. Sin embargo, a veces la base de operaciones está mal colocada –has confundido el Everest con el K2–, o hay riesgo de alud en la zona. Tendrás que sacudir un poco la nieve y moverte.

Esto sucede muy a menudo con las ideas que tienes. Tal vez el camino que ibas a transitar era prometedor, pero descubres que está bloqueado o quieres desviarte y visitar otros parajes. Ya no te resulta útil la base de operaciones: seguir operando bajo los mismos supuestos te impedirá avanzar.

Hasta aquí la lección de hoy. Espero que te haya gustado y que te sirva para mejorar tu escritura.

No dudes en contarme qué te ha parecido o si hay algo más en lo que pueda ayudarte. Escríbeme en los comentarios aquí abajo, en mi correo marta@writermuse.es o en las redes sociales: facebook y twitter.

También puedes acceder a las clases anteriores: Día 1, Día 2, Día 3, Día 4.