La esperanza que les debemos

—En cuanto salgamos de esta —me decía Emilio, el tendero de la verdulería a la que voy cada semana—, va a ser todo otra vez igual: depredar, robar y mentir.
—No, hombre, yo tengo esperanza.
—Qué bonita es la juventud, que siempre tiene esperanza.
 
He estado dándole vueltas a la cuestión de la esperanza, su relación con el optimismo, y si tener esperanza es algo que tienen los jóvenes y que la edad (o la madurez, que no siempre es lo mismo) acaba arrebatándoles. No sé si es así, aunque sospecho que no lo es, porque conozco a mucha gente joven y desesperada, que se ha amoldado al sistema como bien puede, igual que conozco a mucha gente que me adelanta un par de generaciones y siguen siendo un modelo de perseverancia, inconformismo y de adaptación activa, que no renuncia a su esencia.
 
Sin embargo, es cierto que la desesperanza se ceba con los más mayores, porque son aquellos que se han aferrado a una esperanza tras otra para verlas derrumbarse una y otra vez. La esperanza requiere un trabajo duro, un compromiso constante, y la voluntad de luchar pese a los peores pronósticos. 
 
Una cosa es ser optimista y otra es tener esperanza. No son lo mismo; de hecho, a menudo el optimismo enmascara una fuerza conservadora, que no es capaz de luchar por un futuro completamente distinto. Según el crítico cultural Terry Eagleton, el optimismo se fundamenta en un buen presente, en un presente positivo, y proyecta un futuro aún mejor, pero que se encuadra dentro de lo que se encuentra ahora en el presente. La esperanza, por su parte, proviene de mirar hacia el futuro con expectativas positivas, pero sin el sustento de un presente que nos permita creer que eso que esperamos se vaya a dar.
 
¿Quién cree realmente que este presente es bueno? Quizá sea mejor que en otras épocas, cuando había esclavitud, miseria, opresión, racismo, guerra... (que todavía las hay hoy, aunque quizá mejor camufladas). Pero el presente está lejos de ser bueno, porque no garantiza todos los derechos ni las libertades de todas las personas que vivimos en este mundo, porque prima el individualismo frente a la comunidad, impera el mercado frente a las personas y frente a una crisis medioambiental como no hemos visto jamás en nuestra historia. El optimismo en este caso abanderaría un movimiento conservador, que cree que podemos seguir como si nada, "business as usual", y que todo, de alguna manera, será mejor en el futuro, gracias a la varita mágica de la tecnología.
 
En cambio, la esperanza nos dice que no todo está bien, que hay que mirar de cerca lo que está pasando en nuestra sociedad en este momento y tomar cartas en el asunto, antes de que sea demasiado tarde. Porque la esperanza no cree que sea demasiado tarde. 
 
Puedes también ser pesimista y desesperar, lo que equivale a no hacer nada en absoluto, en quedarse de brazos cruzados. Desesperar es mirar cada pequeña acción que uno podría tomar como insignificante, inútil. Aquí citaré a Howard Zinn: "Si la gente pudiese ver que el cambio se produce como resultado de millones de pequeñas acciones que parecen totalmente insignificantes, entonces no dudarían en realizar esos pequeños actos".
 
La esperanza puede parecer débil, utópica, desconectada de la realidad. Por eso muchas veces nos preguntamos si verdaderamente hay esperanza o se trata de una ilusión, de algo que utilizamos para seguir levantándonos cada vez que nos caemos. No creo que esta pregunta tenga jamás respuesta, porque la esperanza es algo sobre lo que se actúa, confiando en que existe, porque de no ser así entonces seguro que no existirá. No podemos saber si hay o no hay esperanza, solo hacer como si la hubiera.
 
Probablemente hayamos asistido solo al primero de los virus que nos van a azotar en los próximos años. El actual sistema de explotación animal mediante ganadería intensiva es el entorno perfecto para que se desarrollen virus cada vez más resistentes, más virulentos y más contagiosos, y no creo que de la noche a la mañana todo el mundo se vuelva vegano. Yo lo hice hace solo unos meses, después de darme cuenta de los auténticos abusos que se cometen en la industria de la carne y el pescado, pero también por salud y por el planeta. Es una de esas pequeñas acciones que, a la larga, cuentan. 
 
También es muy probable que lleguemos a 1,5ºC de calentamiento global antes del 2030, que era la meta "optimista" del Acuerdo de París. Si llegamos a los 2ºC, quedarán anegadas muchas islas y territorios y en España progresará la desertificación a un ritmo imparable. No quiero ni pensar qué pasará con tres o cuatro grados de temperatura, seguramente algo imposible de pronosticar, a nivel ecológico y social. Y, sin embargo, tengo esperanza.
 
Supongo que en mi esperanza hay una dosis de optimismo, porque sí que creo que en el presente hay un sustento para eso que espero, ese futuro más consciente y más solidario. Aviva mi esperanza ver que muchas personas empiezan a darse cuenta de lo importante que son las otras personas que hay en su vida, mucho más que sus negocios, sus proyectos, sus gadgets electrónicos, las redes sociales, la vida de otras personas en la televisión... Me infunde esperanza ver que cuando salimos al monte a plantar árboles somos centenares de personas, y que después la comida que hacemos es vegetariana o vegana. Me da ánimos ver que se extiende el uso de los psicodélicos como agentes medicinales, y que nos atrevemos a cuestionar lo que la sociedad nos ha impuesto. Me da esperanza ver proyectos de permacultura como los de Objetivo de Luz, que pretenden generar el máximo impacto utilizando el mínimo esfuerzo. Me da esperanza mi trabajo en el IVATENA y ver que gente que viene con problemas y está en una situación difícil, encuentra herramientas para superarla y alcanza una mejor comprensión de sí misma.
 
Terry Eagleton nos dice: "Si no luchamos contra lo que parece inevitable, nunca se sabrá si verdaderamente era inevitable".
 
La esperanza no es y no puede ser una cosa de los jóvenes nada más, especialmente hoy. La esperanza es una actitud que les debemos a nuestros hijos y a nuestros nietos, a las generaciones venideras, porque ellas van a recibir el futuro por el que nosotros hemos luchado o nos hemos rendido.

2 Comments on “La esperanza que les debemos”

  1. Crucemos los dedos. No sé si el optimismo puede ser una virtud o un defecto, pero es un buen comienzo.

    1. Hola, Gregorio! Supongo que depende de cómo se defina optimismo. A mí me llamó la atención la definición que hacía Eagleton y me hizo ponerme a pensar al respecto. La vertiente del optimismo que ignora la cruda realidad o que se conforma con lo que hay siempre me ha parecido peliaguda, pero el pesimismo no es menos peliagudo. Un buen término medio asentado en la esperanza, que es una virtud ajena a lo uno y a lo otro y que se tiene que trabajar: esa visión casa mucho mejor con mi sentir en estos momentos. 🙂

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