Los cien mil reinos – Lectura crítica para escritores

Los cien mil reinos, de N. K. Jemisin - lectura crítica para escritores

Este artículo pertenece al proyecto WriterMuse: creatividad para escritores, que finalizó en septiembre 2018. Encontrarás todos los artículos publicados bajo la etiqueta WriterMuse. Si te preguntas qué fue de WriterMuse, he escrito un artículo para contártelo; en el mismo podrás bajarte, además. todos mis recursos de escritura creativa.

A lo largo de los años me he ido dando cuenta de que cuando un libro se convierte en superventas sin llegar a ser buena literatura, lo que falla siempre, en todos los casos, no es la habilidad del escritor y su conocimiento de la técnica (aunque rara vez este aspecto es magistral), sino su sensibilidad literaria y del mundo.

En el caso de Los cien mil reinos, la autora es capaz de hilar una historia de forma suficientemente amena y sin cometer graves atropellos contra la técnica narrativa (bueno, hay por ahí una analepsis que no entiendo para qué sirve). Narra de forma eficiente y a ritmo ligero y sabe intercalar momentos de acción con momentos de pausa y reflexión, entre escenas y dentro de la misma escena. En resumen, conoce los elementos básicos de la narrativa, que a un escritor novel le llevan años interiorizar y que requieren muchas revisiones para aparecer de forma inmaculada.

Si te fijas, te darás cuenta de que no he dicho nada que no pueda decirse de la gran mayoría de libros que aparecen en los estantes de una librería, superventas, clásicos o las dos cosas. Si alguna vez te encargan una reseña y no sabes qué decir, utiliza cualquiera de las frases de arriba: darás en el clavo.

Aunque para un escritor novel adquirir este nivel de conocimiento narrativo lleva tiempo, esta es una habilidad que se presupone, es la cimentación invisible sobre la que se asienta la historia y se desarrolla la sensibilidad literaria. Y en el caso de Los cien mil reinos, ninguna de las dos cosas sobresale, más bien al contrario.

Los cien mil reinos fue nominada al premio Nébula a la mejor novela,​ al premio Hugo en la misma categoría y quedó en el quinto lugar de la selección de los mejores libros de ciencia ficción y fantasía de Amazon. Para que un libro sea merecedor de cualquier premio debería transmitir algo que perdure, más allá de su competencia narrativa: algo sobre la literatura, el lenguaje literario o la visión del mundo, y en todo esto falla la novela de Jemisin.

Antes de entrar con la lectura crítica, quiero dejarte mi opinión personal sobre un tema que ha salido recientemente en redes y que afecta especialmente a este libro.

La necesidad de la lectura crítica y las reseñas negativas

Había oído hablar de la autora e incluso alguien me la había recomendado (no recuerdo quién), pero no fue hasta que mi padre se compró el libro y me dijo lo decepcionado que se había sentido, que me animé a leerlo, porque me gusta contrastar opiniones. También me señaló la reseña de Libros y Mazmorras, una de las pocas críticas negativas que había recibido Los cien mil reinos. La encontró después de pasar varias páginas de Google, ya que todo lo que había leído era eminentemente positivo y él quería ver que no estaba solo, que había alguien más que se había llevado un chasco. Pero, claro, ya era tarde: se había comprado el libro, empujado por la recepción tan positiva que había tenido en Internet. Su veredicto: «No te puedes fiar de las reseñas de la gente».

Esto me lleva a un artículo que escribió hace poco Arantxa Rufo, en el que se preguntaba si era buena idea hacer una reseña de un libro que no le había gustado. Daba buenos argumentos en contra de perder el tiempo elaborando una reseña de un libro que no recomendaría, pero yo creo que son precisamente estas reseñas las que resultan más útiles a los lectores (escritores o no) y al propio reseñador.

Para los lectores, evidentemente, porque si todo lo que encuentran en Internet son las opiniones dejadas por los fans, se convencen de que no existen detractores, por ausencia de opiniones críticas de aquella gente que, por no haberle gustado el libro, han preferido no decir nada.

Para el reseñador es útil por partida doble: en primer lugar, porque manifiesta a los lectores su compromiso con ellos antes que con ninguna editorial o escritor independiente, y refuerza la validez de sus reseñas positivas: no todo lo que lee lo recomendaría; tiene criterio propio. Realizar una reseña negativa también le ayuda al reseñador a desarrollar un espíritu crítico. Aunque el reseñador debe poder argumentar todo lo que piense sobre un libro, positivo y negativo, es en el momento de exponer específicamente lo negativo cuando tiene que andarse con más ojo y asegurarse de que es constructivo con su crítica.

Este tema da para mucho y no voy a seguir extendiéndome aquí. En algún momento escribiré un artículo completo sobre la necesidad de las reseñas negativas y la lectura crítica.


5 manos formando una estrella

No es posible que a todo el mundo le guste la misma novela. Yo retiro mis deditos de la estrellita.

Breve resumen de Los cien mil reinos con spoilers

[Spoilers a continuación y a lo largo de la lectura crítica]

Yeine es una joven gobernante en Darr, un reino sometido, como todos los demás, a la dictadura velada de los Arameri. Pero Yeine es, además, la hija mestiza de una princesa Arameri y un hombre de Darr, lo que la convierte en potencial heredera del trono. Su abuelo y actual gobernante de Cielo la convoca para este fin, y le dice que tendrá que salir victoriosa de un enfrentamiento con los otros dos pretendientes al trono, Relad y Scimina. En Cielo cuentan con un arma que los hace invencibles: dioses esclavizados, que pueden destruir ejércitos de un soplido. Yeine se encuentra con estos dioses y acaba descubriendo que su madre permitió que los dioses insertaran en ella el alma de la difunta diosa del equilibrio, Enefa, para que la diosa los liberara utilizando la Piedra de Enefa en la Ceremonia de la Sucesión. Hay un pseudorromance con el dios del caos, Nahadoth y muchas escenas dedicadas a descubrir quién fue su madre y por qué hizo lo que hizo. Yeine decide sacrificarse para liberar a los dioses y restaurar a Enefa, pero por un revés del destino y gracias a la traición del tercer dios en discordia, resucita inesperadamente y se convierte en diosa.

Ahora sí. Vamos con la…

Lectura crítica de Los cien mil reinos

Detallo primero todo lo que falla en Los cien mil reinos porque me gusta acabar en positivo (o todo lo positivo que se pueda).

Los dioses son vulgarizados

En el momento en que un escritor coge un concepto que en nuestra realidad resulta inefable, como la idea de deidad, y lo vuelve común y terrenal, lo que logra es justo lo contrario de lo que esperaba cuando se apropió de este concepto.

Si tomas la idea de deidad para darle un carácter mágico y maravilloso a tu novela, debes asegurarte de que imbuyes el concepto de la misma maravilla que tenía cuando lo tomaste. Si lo tomas para hacer todo lo contrario, vulgarizarlo o hacer una sátira, es totalmente válido, pero debes ser consciente del efecto que causas con tu narración y tus palabras.

Vemos a los dioses actuando exactamente como humanos, y además como humanos especialmente inmaduros. Nahadoth arriesga el plan que llevaban forjando desde hace décadas por el «amor» de una muchacha; la diosa de la sabiduría actúa de la manera más necia y realiza sus propios planes sin contar con nadie; el malo malísimo y a la vez dios del orden, Itempas, no ve ningún problema en que se usen los poderes de los dioses para exterminar humanos, o en que una raza oprima duramente a las demás.

Cuando el lector se encuentra con este tipo de actuaciones, el sentido de la maravilla que ha asociado a la idea de deidad se quiebra. Por mucho que nos repita el narrador que son dioses más antiguos que la creación y que no puede imaginarse su experiencia y sus sufrimientos, el lector no recibe esta impresión porque no la experimenta a través de lo narrado. En la imaginación del lector, los dioses se convierten en humanos especialmente viejos que resultan tener poderes, igual que los vampiros (no se acaban aquí las similitudes con Crepúsculo, me temo).


“Cien mil” reinos, por cierto, es también una exageración y no aparecen por ninguna parte.

El tono sarcástico de la narración

El tono elegido para el narrador tiene que alinearse con los objetivos del texto, la experiencia que quiere el autor que vivamos. En el caso de la narración de Los cien mil reinos, el tono sarcástico con que Yeine describe la sociedad del Cielo nos condiciona para que la veamos de forma distanciada y no nos admiremos de las cualidades estéticas. También nos fuerza a ver los sucesos desde la perspectiva muy sesgada de Yeine y nos impide empatizar o sentirnos atraídos por lo que queda fuera de su interés o por lo que ella observa de forma cínica.

El Consortium se reúne en el Salón, un edificio monumental —de paredes blancas, claro está.
T’vril parloteó sin cesar mientras caminábamos por pasillos revestidos de mica blanca, madreperla o cualquier otro material brillante, fuera el que fuese, del que estaba hecho el palacio.

Si vas a utilizar un tono sarcástico en tu narración, tienes que tener presente que este tono hace más difícil la empatía, distancia al lector de lo que se narra y resulta invasivo, ya que fuerza la perspectiva del narrador y lo hace muy presente en la historia. En libros humorísticos como El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza, este tipo de narrador intrusivo e irónico resulta divertido. Si estamos hablando del narrador de Lolita, de Vladimir Nabokov, la ironía y el sarcasmo denotan ingenio y una visión distorsionada, psicopática, de la sociedad.

En el caso de Los cien mil reinos, este tono ha sido una mala elección porque la perspectiva de Yeine es inmadura y estrecha de miras, pasa por alto los matices y se centra únicamente en sí misma. De haber sido un narrador más maduro y perspicaz, este tono sarcástico, usado con mesura, hubiera podido aportar algo a la historia.

No hay nada sutil en Los cien mil reinos

Jemisin siente la necesidad de mostrarlo todo de la forma más clara, evidente y que no dé lugar a dudas, pero tampoco dé lugar a la interpretación del lector o a la contraposición de ideas.

Dentro había un pasillo abovedado, jalonado a ambos lados por estatuas, ventanales y una especie de jarrones con plantas en flor. Las estatuas no eran de nadie que yo conociera: muchachas y muchachos, desnudos, en poses artísticas. Al otro extremo, el pasillo desembocaba en una cámara circular amueblada con cojines y mesas bajas. No había sillas. Estaba claro que los invitados de Scimina debían permanecer en pie o sentarse en el suelo. En el centro de la sala había un sillón sobre una plataforma elevada. Me pregunté si sería premeditado que el lugar se pareciera tanto a un salón del trono.

La habitación de Scimina es claramente la de una mujer que ansía el poder, manipuladora y que no tiene reparos en pisotear a los demás. Está bien que los lugares representen en cierta medida a los personajes, pero no que el autor insista una y otra vez en la misma caracterización sin aplicar ningún matiz, duda o contraste. ¿Y si en la habitación de Scimina hubiera habido, por ejemplo, libros de filosofía? Nos hubiera hecho pensar que, quizás, los actos de Scimina tienen alguna justificación ética para ella. ¿Y si hubiera sido una habitación austera? Contrastaría con la imagen de mujer egocéntrica y poderosa: da esa apariencia ante la corte, pero su verdad es otra.

Jemisin hace que varios de sus personajes se expliquen a sí mismos en determinados momentos igual que haría un villano de cine serie B. Sieh no solo actúa una y otra vez como un niño (a pesar de que es un dios viejísimo), sino que tiene la necesidad de explicarnos que de verdad lo es:

—Simplemente me gustas, Yeine. ¿Es que tiene que haber una razón para todo?

—Comienzo a pensar que contigo sí.

Frunció el ceño.

—Bueno, pues no la hay. Ya te lo he dicho: hago lo que quiero, todo lo que me agrada, como los niños. No hay lógica en ello. Acéptalo o no, como quieras.

Dicho esto, apoyó la barbilla sobre una rodilla y desvió la mirada. Era la viva imagen de un niño enfurruñado.

Por si no había insistido suficiente en lo atormentado que está Nahadoth, él mismo también nos explica quién es y por qué actúa de la manera que lo hace:

—Eso fue antes de que siglos de odio humano me convirtieran en un monstruo —dijo el Señor de la Noche, y por un momento su voz estuvo teñida de tristeza. Yo también había utilizado aquella misma palabra para mí. Pero me resultaba extraña e inapropiada en sus labios—. Antes de que mi hermano me robara toda la ternura que pudiera albergar mi corazón.

Es una narración que carece de tacto y de sutileza, excesiva y sin matices, repetitiva. Y ni siquiera resulta natural, porque la explicación que una persona ofrece de sí misma (que rara vez ocurre, son sus actos los que dan la explicación) puede ser lo más alejado de lo que en realidad es esa persona. Y no me digas que porque son dioses se conocen bien a sí mismos, porque se ha insistido mucho en que los humanos están hechos «a imagen y semejanza» de los dioses.

Incluso la elección de los nombres es torpe. «Arameri», de la raza «aria». «Scimina», con la s sibilante (como la de «Slytherin») que recuerda a una serpiente o a algo cortante (scissors y scimitar, «tijeras» y «cimitarra» en inglés, respectivamente) y las is, que también representan algo afilado (spiky, prickly: «puntiagudo», «espinoso»). Esto no es torpe en sí mismo (es un recurso muy evocador), sino porque todos los recursos que utiliza Jemisin buscan el mismo efecto, sin crear ningún contraste o espacio para interpretaciones divergentes.

La única excepción, y uno de los puntos más interesantes del libro, es la madre de Yeine, un personaje que es percibido de diferentes formas por diferente gente. Se le da bastante importancia en la narración, pero de forma inconsistente con la trama y la protagonista: sabiendo que su fin está próximo y que debe encontrar la manera de alzarse victoriosa en la sucesión, Yeine pierde la mayor parte de su tiempo (y del nuestro) buscando información sobre su madre. No actúa de acuerdo con la caracterización (se supone que es una guerrera y una gobernante, una mujer que afronta el peligro de frente) ni con sus circunstancias (va a perder el enfrentamiento con sus primos), pero a Jemisin le da igual porque sabe que ese hilo está atado: Yeine va a acabar sacrificándose en la ceremonia. Un error grave de caracterización que hace que Yeine no esté bien definida y resulte un agente pasivo (como expongo en el siguiente punto).


los cien mil reinos - ilustración de dubugomdori - 1 (1)

La protagonista

Yeine es un protagonista pasivo. Da igual lo que digan otros personajes de ella («¡Eres la mortal más cabezota y frustrante con la que he tratado!», dice Sieh), eso no refleja realmente quién es: un personaje al que le pasan cosas. No es solo pasivo respecto a la trama que se le viene encima, sino también en sus reacciones y en su actitud respecto a los Arameri, el sexo, la esclavitud de los dioses, la política… No protesta ni busca la manera de liberar a los esclavos o mejorar la condición de los criados; no rechaza la manera de ser Arameri, sino que trata de fundirse con su entorno; no participa de ninguna manera en la política, ni en la asamblea (¿dónde está la intriga política que prometía el libro?) ni tampoco entre bastidores: solo se implica en la política de su pueblo (de forma inmadura y egoísta, por lo que resulta en un fin nefasto) y amenaza a uno de los enemigos de su pueblo para evitar la guerra.

El hombre —Rish— hizo caso omiso de la orden y se volvió hacia mí. De repente, sentí que la amenaza se hacía real. Lo vi en la postura que adoptaba, con el cuerpo en ángulo para colocar su mano derecha cerca de mi costado derecho. Iba a darme un bofetón con el dorso de la mano. Tuve un instante para decidir si debía esquivarlo o sacar el cuchillo… Y en ese minúsculo lapso de tiempo, sentí que el poder a mi alrededor se coagulaba, duro como la malicia y cortante como el cristal. El que se me ocurriera esta analogía debió de ser una advertencia. Rish golpeó. Yo permanecí inmóvil, tensa para recibirlo. A seis centímetros de mi rostro, el puño pareció rebotar contra algo que nadie podía ver y al hacerlo sonó un fuerte estampido, como si dos rocas hubieran chocado.

Incluso en esta escena, que es el lugar idóneo para mostrarnos a una Yeine que sabe defenderse por sí misma, Yeine acaba siendo un agente pasivo cuya única baza es recibir ayuda de diversos frentes (los dioses esclavizados, los esclavos de los Arameri, etc.).

Fue extrañamente delicado… o puede que sólo me pareciera extraño porque tenía pocas experiencias con las que comparar. Me sorprendió descubrir que era aún más pálido por debajo de la ropa y que tenía los hombros cubiertos de manchitas, como las de un leopardo, pero más pequeñas y esparcidas al azar. Sentí su cuerpo tal como lo esperaba, esbelto y fuerte, y me gustaron los ruidos que hacía. Intentó darme placer, pero yo estaba demasiado tensa, era demasiado consciente de mi propia soledad y mi propio miedo, así que no hubo campanadas para mí. Tampoco me importó mucho.

Es pasiva en el sexo, tanto con el humano como con el dios. Se supone que proviene de una sociedad matriarcal, en la que las mujeres ocupan los puestos de mayor poder, por lo que sería de esperar que también actuaran de forma empoderada en el sexo, buscando su propio placer en lugar de esperar a que se lo den otros. Creo que este matiz se le ha pasado por alto a la autora.

Si la autora pretendiera mostrarnos a un personaje en conflicto con su sociedad, con problemas para intervenir activamente en lo que sucede, escogería mostrar estos actos como problemáticos o conflictivos para Yeine, pero no es así: esta es la personalidad de un personaje que se dice activo y determinado. No es bastante con que se diga que es de tal o cual manera, el lector tiene que verlo con sus propios ojos.

Cuando definas a tus personajes de una manera determinada, asegúrate de que lo que narras sobre ellos concuerda con la idea que pretendes transmitir. Y si quieres crear un conflicto entre lo que el personaje piensa de sí mismo, o los demás dicen de él, y lo que es, asegúrate de que muestras ambas facetas.

Yeine, además, no está bien definida en su conflicto de identidad fundamental. No acabo de entender si Yeine rechaza a los Arameri de pleno y quiere conservar su identidad bárbara o si está asimilando la cultura de su madre. Pero, sobre todo, no entiendo por qué se preocupa tanto de ser o no ser Arameri, si no hay nada en sus actos o pensamientos que pudiera llevarla a pensar que puede convertirse en una de ellos, solo la circunstancia de que su madre fuera Arameri y, aparentemente, más Arameri de lo que Yeine pensaba.

—¡Detenlo, los dioses te maldigan!

Me eché a reír sin poder evitarlo. Ellos no se darían cuenta de que era una carcajada sin humor, rebosante de amargura y aversión por mí misma.

—Soy una Arameri —dije.

—Buenas tardes —dijo en la misma lengua—. Aunque no soy tía tuya. Eres una Arameri y yo no soy nada.

Hice una mueca sin poder evitarlo. ¿Qué se responde a algo así? ¿Qué dirían los Arameri? No quería saberlo. Para romper la incomodidad del momento, pasé junto a ella y comencé a lavarme las manos.

Entonces, ¿intenta ser Arameri, hacerse pasar por uno de ellos o qué? Yeine me confunde enormemente, y no creo que sea intencionado.


los cien mil reinos - ilustración de liberlibelula - 1 (1)

A mí también se me queda esa cara pensando en el personaje de Yeine. Ilustración de LiberLibélula.

No hay consecuencias

Especialmente para la violencia, y esto es problemático.

Yeine proviene de una cultura que no desdeña la violencia y, por tanto, reacciona con violencia ante determinadas situaciones. En una de ellas, le clava su cuchillo a Nahadoth para defender a Sieh, hijo de este. Resulta muy oportuno que se trate de dioses, porque las consecuencias de esta violencia están envueltas en un halo de romanticismo: Nahadoth «sangra sobre ella» y le dice que la estaba esperando, y obviamente se recupera enseguida. Esta romantización y falta de consecuencia de la violencia, provenga del hombre o de la mujer, es muy problemática.

Me abalancé sobre él. En el interminable segundo que duró mi loca furia, vi que sus ojos parpadeaban al ver mi puño y que se abrían con algo parecido al asombro. Tenía tiempo de sobra para parar el golpe o esquivarlo. El que no lo hiciera supuso una completa sorpresa.

El eco del impacto resonó con tanta fuerza como el jadeo de incredulidad de mi abuela.

En el silencio que siguió, me sentí vacía. La rabia había desaparecido. El horror no había llegado aún. Bajé la mano. Me picaban los nudillos.

El golpe le había girado la cara a Nahadoth. Se llevó una mano al labio, que estaba sangrando, y suspiró.

—Debo esforzarme más por contenerme cuando esté cerca de ti —dijo—. Tienes un modo memorable de reprenderme.

Como es un dios, la violencia de Yeine es solo un efecto dramático. Esto es muy conveniente para la autora, que puede narrar acciones extremas (puñetazos, empalamientos, torturas) sin tener que lidiar con las consecuencias. (Y, «memorable», que se dice «memorable», no es).

En cierto momento se nos refiere una escena del pasado de Yeine, su iniciación al mundo adulto, en la cual para demostrar que es una mujer debe derrotar a un hombre o, si no, será violada (todo esto se expone sin demasiada reflexión por parte de Yeine, pero no voy a entrar en este tupido jardín). Yeine nos refiere que durante la violación (y al parecer después de la lucha ritual en la que se decide el ganador: no, a mí tampoco me quedó claro) mató al hombre, y que eso hizo que su pueblo la viera con malos ojos…, pero no deja de convertirse en gobernante muy poco después: ¿cuál es la consecuencia de este acto? ¿Y la causa?, ¿por qué lo mata, para empezar, si al parecer Yeine ve esta violación como parte de un ritual incuestionable, como buena mujer Darr? Ni idea.

Scimina lanza sobre Yeine a Nahadoth cuando la descubre en Cielo por primera vez, pero este encuentro no tiene ninguna repercusión negativa para Yeine (al contrario, desencadena los principios de su alianza con los dioses). Después, de nuevo Scimina, amenaza a su pueblo con la guerra, pero la guerra y sus consecuencias no llegan en ningún momento a Darr durante el trascurso de la novela, por lo que se queda en una amenaza intrascendente.

—Su primer plan era utilizar los sirvientes para su jueguecillo.

—Ah, sí… —Sentí que mi furia volvía a aumentar—. ¿Y entonces decidiste sugerirle que lo hiciera con Sieh?

Esto es una promesa (o arma de Chéjov) en toda regla. Scimina tiene que arrebatarle algo a Yeine a través del amor, pero todas sus amenazas se quedan en nada.

Tampoco hay consecuencias para la osadía de Yeine. Cuando Yeine decide emplear a los dioses para disuadir a los enemigos de su pueblo de que vayan a la guerra, y es descubierta poco después por Scimina, las consecuencias de sus actos son nulas. Scimina prosigue con sus planes como si nada y castiga a los dioses (no a Yeine ni a otros humanos) para hacer que Yeine sufra. Como Yeine misma dice, el sufrimiento de un día no es nada comparado con el de milenios, por lo que para los dioses no importa demasiado que los torturen y, además, acabarán regenerando su cuerpo tras los malos tratos, al contrario que si se tratara de humanos.

—El arma predilecta de mi hermana [Scimina] es el amor. Si amas a alguien o a algo, ten cuidado. Ahí es donde te atacará.

¿No es preferible que torture a un dios, para el cual el dolor y las heridas son solo transitorias? Si Scimina hubiera utilizado a los sirvientes, sus actos habrían tenido consecuencias reales y habría cumplido, en parte, la amenaza de hacer daño a Yeine a través de lo que amaba. Así, no. Así es solo otro efecto dramático.

Por cierto, que dice muy poco de la capacidad de Scimina el tener que obligar a Yeine a que le cuente lo que ha hecho para desbaratar sus planes. Debería poder deducirlo fácilmente con la información que le proporciona Viraine. Pero esta escena, como tantas otras, proviene del deseo de la autora de narrar una escena emocionante (la tortura del amado de Yeine); no responde a una verdadera necesidad de la trama o de caracterización y, por lo tanto, resulta artificial.

Asegúrate de que las amenazas no se quedan en amenazas, que los héroes pierden algo significativo que los haga madurar, que hay consecuencias para sus acciones, buenas y malas.

Los personajes son roles

Jemisin ha elegido y definido a los personajes de esta novela según sus roles en la trama, sin preocuparse por darles vida propia. Tenemos el caso más evidente de Scimina, que ha sido creada para oponerse a Yeine y sin objetivos propios más allá de la vaguedad de la búsqueda de poder. Como bien apunta en su reseña Rika, de Libros y Mazmorras, Scimina es un villano tan caricaturizado en su rol que incluso habla de «sus fines», y que recuerda a Cersei Lannister, pero esta segunda está mucho mejor caracterizada porque podemos comprenderla por su amor hacia su familia y la dependencia hacia su padre.

De otros personajes como T’vril no sabemos nada salvo que ayuda a Yeine porque es la única persona allí que no es Arameri; la cáscara humana de Nahadoth, Naha, es un personaje que tenía mucho potencial y que podría haber conectado con Yeine, pero que queda relegado al margen porque la autora estaba mucho más interesada en describirnos a los dioses. Nahadoth tiene algunas pinceladas interesantes, como el amor incondicional que todavía siente hacia su hermano, o su condición de dios que trae la muerte, pero queda reducido a una figura por la que debemos sentir lástima, pues ha sido maltratado por su hermano y por los humanos, y esto y el amor que siente hacia los suyos justifican toda su violencia. (Y resulta muy excitante para Yeine, que declara que se ve atraída por él precisamente por el esui que siente: deseo de algo peligroso). Relad empieza a ser caracterizado poco antes de morir y en Dekarta podría haberse profundizado mucho más y explorado el amor que sentía por su hija y el sacrificio que tuvo que hacer para subir al poder.

Comprueba que tus personajes estén bien matizados y no existan solo para cumplir una función en la trama, y que tengan sus propios objetivos, deseos inconscientes y obstáculos.

Un mundo en blanco y negro

El narrador no pierde la oportunidad de mostrarnos a los Arameri como una sociedad absolutamente aborrecible, sin una sola característica que la humanice. Incluso la paleta de colores se alía para transmitir esta idea sin matices: todo es blanco impoluto, marmóreo, brillante.  La maldad con que describe a los Arameri podría pertenecer a un panfleto anticomunista o anticapitalista, o incluso a un sketch de los Monty Python:

Jemisin deja pasar la oportunidad de mostrarnos, a su vez, los contrastes de la sociedad de Darr, presuntamente matriarcal pero, en realidad, misándrica. Después de vivir toda su vida en esta sociedad y encontrarse con un sistema completamente diferente en el Cielo, Yeine debería observar alguna diferencia, debería plantearse por qué no actúan los Arameri como ella se espera, rebelarse en contra, actuar de manera inapropiada para un Arameri y apropiada para un Darr; evidenciar los contrastes, en definitiva, en ella misma. Sin embargo, lo único que lleva de Darr consigo es su tendencia a la violencia.

Matiza y utiliza distintas perspectivas y tonalidades para describir a las sociedades y los personajes o sonarás como John Cleese en el vídeo de arriba.

Un sistema de magia conveniente

Cuando no se definen los límites de la magia, sobre todo de la magia que está al alcance del protagonista para conseguir lo que desea, este elemento puede convertirse en un mecanismo argumental muy conveniente para el autor, un Deus ex machina (en este caso, jamás mejor dicho).

¿Por qué la magia que les permite a los Arameri vivir más años y reparar sus imperfecciones no es capaz de curar la herida superficial de Scimina, resultante de un puñetazo de Yeine? Yo te lo diré: porque resulta en una imagen más efectista. ¿Por qué los dioses imprimen su propio sello en ella para que pueda abandonar Cielo? Porque es necesario para la trama que viaje fuera de Cielo en un determinado momento (pero nadie en Cielo se pregunta cómo ha logrado hacerlo, si se supone que Viraine le ha aplicado el sello corriente). ¿Por qué la Piedra de Enefa mata a lo vivo y resucita a lo muerto? ¿Y por qué no se ha usado antes para devolver a la vida a los Arameri que lo desearan? Porque había que «matar» de alguna manera a la protagonista para cumplir la promesa del gancho inicial, pero la autora no podía matarla sin más y perder a un personaje tan importante.

Si vas a crear un sistema de magia que permita cosas fuera de lo normal, asegúrate de que lo defines claramente y le pones algún tipo de límite, especialmente límites inconvenientes para el protagonista.

Vamos a terminar con lo positivo

O al menos intentarlo.

Establece un gancho potente

El narrador nos indica muy temprano que va a morir, y ese tipo de ganchos son siempre muy atractivos. Queremos saber cómo y por qué, y el conocimiento de la muerte del protagonista es algo que permea toda la lectura. Además, Yeine repite esta información crucial en momentos puntuales de la novela, recordándonos que su vida peligra.

Por desgracia, la promesa de la muerte es salvada por un artificio argumental muy conveniente: la resurrección. Como lectora me he sentido estafada, ya que el narrador no matiza en ningún momento su promesa para hacernos creer que quizás no haya muerto realmente.

Algunas imágenes son evocadoras e imaginativas

La rosa faldialta no tiene precio, porque es muy difícil que llegue a florecer. Las variedades más famosas proceden de una fuerte endogamia. Se originó como una deformidad que algún jardinero astuto decidió aprovechar. El aroma original de la flor, dulce para nosotros, resulta al parecer repugnante para los insectos. Por consiguiente, hay que polinizar las flores a mano. La flor secundaria agota los nutrientes esenciales para la fertilidad de la planta. Las semillas son muy raras y por cada una que se convierte en una faldialta perfecta, otras diez se transforman en plantas tan horribles que deben destruirse.

Me gusta cómo abre el libro con la imagen de la rosa faldialta, tan rara y difícil de cultivar, bella y antinatural. Además, no hace demasiado hincapié en las similitudes de los Arameri con esta flor, sino que se limita a presentarla, empleando un poco de sutileza con la analogía.

Me hubiera gustado que hubiera llegado más allá con esta analogía y hubiera mostrado también algo positivo de esta flor tan rara y enfermiza, transportando así también esa cualidad de la flor a la sociedad Arameri. O hubiera rescatado la imagen más adelante en la trama para volver a observar algo respecto a ella, desde una nueva perspectiva, quizás.

El personaje de la madre

Como he comentado arriba, Kinneth, la madre de Yeine, se presenta primero como una figura idolatrada por su hija, pero a medida que conocemos más de su vida y sus actos en Cielo, sus motivaciones dejan de ser tan simples y fáciles de aceptar, y se nos presenta como un personaje complicado y lleno de contrastes, que podría haber sido la madre que amaba tiernamente a su hija o en realidad una máscara que empleaba para vengarse de su familia. La narración nos proporciona pistas contradictorias, pero ninguna definitiva, por lo que la interpretación queda en manos del lector.

Yeine es descrita como una mujer corriente

Al igual que sucede con Bella en Crepúsculo, el narrador (la propia Yeine), nos presenta al protagonista como una muchacha corriente, incluso fea. Esto facilita que el lector habite a este tipo de personaje, ya que resulta más difícil identificarnos con alguien que es descrito como perfecto.

Sin embargo, hay un pero en esta descripción (¡lo siento!): al igual que sucede con las acciones de Yeine, esta característica que la hace vulgar no tiene ningún tipo de consecuencia, porque los hombres se sienten atraídos por ella igual que si fuera una auténtica beldad y no hacen referencia a su físico, ni tampoco ella demuestra inseguridad respecto a su belleza, o celos de la belleza de otros. Nos describe a menudo cuán bellos resultan los Arameri, pero no nos transmite su reacción ante esa belleza, su sensación de inadecuación o su atracción fatal hacia estas figuras. Es una belleza artificial e inconsecuente, que el lector no experimenta porque el narrador la obvia, de tal manera que resulta igual que si no los describiera en absoluto. Solo se ocupa de la belleza de Nahadoth, el interés romántico y sexual de Yeine.


los cien mil reinos - ilustración de dubugomdori - 2 (1)

. Bueno, en esta ilustración no parece especialmente fea, pero es que la autora no hace ningún hincapié en que lo sea.

Ilustración de DubuGomdori

El problema de Los cien mil reinos

El problema de este libro no es que esté mal escrito. Ya has visto en la sección anterior que tiene algunas partes bastante efectivas. No, el problema no es técnico ni tiene que ver con la capacidad de la autora para mantener la tensión, establecer un conflicto o narrar con fluidez.

El problema de Los cien mil reinos es un problema de sensibilidad literaria y de conocimiento del mundo. La sensibilidad le hubiera impedido contar una historia en la que vulgarizara a los dioses, la protagonista fuera pasiva y los personajes, meros figurantes. La sensibilidad le hubiera ayudado a pulir la narración y hacerla sutil, recortar las lecciones de moral y cumplir la promesa que le ha hecho al lector de matar a la protagonista.

La sensibilidad es más difícil de adquirir que la técnica, pero es fundamental no solo para escribir bien sino especialmente para vivir bien, con los ojos y la mente abiertos, y nos pasamos toda la vida desarrollándola.

Si quieres perfeccionar tu sensibilidad, solo tienes que seguir experimentando la literatura y el mundo, leyendo mucho y de forma activa y prestando también atención al mundo que te rodea, a las lecciones que aprendes en el día a día, al interior oscuro pero también brillante de las personas con las que te relacionas. La buena literatura proviene de una visión del mundo sagaz y madura, no solo de una excelente técnica narrativa. Sigue escribiendo y sigue viviendo, pide críticas constructivas de lo que escribas y reflexiona sobre el mundo: te aseguro que acabarás desarrollando una gran sensibilidad.


¿Has leído a N. K. Jemisin? ¿Qué opinión te merece? Buena o mala, es la tuya y es igual de válida que la de cualquiera. 😉


4 Comments on “Los cien mil reinos – Lectura crítica para escritores”

  1. ¡Muy interesante esta reseña analítica, Marta! Soy muy fan de los análisis literarios de novelas populares, y si además contienen extractos y críticas negativas, se convierten en muchísimo más interesantes.

    Enhorabuena 🙂

  2. Se escribe “pseudorromance” o “pseudo-romance” o “pseudo romance”, pero no todo seguido con una sola erre. No se pronuncia igual “pero” que “perro”. ¡FALTAS DE ORTOGRAFÍA NO!

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