Cultivar la determinación

Este post está inspirado por el libro de Angela Lee Duckworth, Grit: el poder de la pasión y la perseverancia. Lo que sigue es mi vivencia y mi reflexión, un pequeño resumen y reseña, para animarte a seguir investigando más, si es también para ti un tema sobre el que buscas arrojar luz. Creo que hay una falta generalizada de propósito en nuestra sociedad y que muchos de nosotros echamos de menos ese algo que dé coherencia a la sucesión de los días. A todos, en mayor o menor medida, nos vendría bien reflexionar sobre qué es lo que nos hace levantarnos cada mañana.

Llevo un tiempo pensando en esto, así como en todas aquellas cualidades que conducen a la grandeza, a ese estar en la vida que poseen las personas que persiguen sus sueños y que se acuestan pensando en una cosa y se levantan todavía pensando en lo mismo, y no hablo de preocupaciones o problemas.

He escrito sobre el fluir, sobre las cualidades de un escritor creativo, sobre el para qué del arte, sobre la compasión, la disciplina… al final, observo que son todas piezas de un puzle más grande que tiene que ver con el propósito vital, y con una cualidad que está por encima de todas ellas: la determinación, que es la unión de la perseverancia con una pasión duradera. Angela Duckworth la llama grit, una palabra que tiene en inglés una sonoridad dura, terrosa, que recuerda a los curtidos héroes de los westerns o los paladines de los juegos de rol. Su etimología nos lleva desde la roca o arena, o pequeños fragmentos de piedra molida del inglés antiguo, al sentido de moler, picar, pulverizar o afilar, del protoindoeuropeo. Es una palabra que conjura solidez y al mismo tiempo la ardua labor de trabajar la piedra o el metal. Afilar la hoja de una espada requiere constancia, y un cierto tipo de amor.
Otra cosa que requiere la determinación, y es la clave que he estado buscando en los últimos tiempos, es la pasión. Amar lo que haces de forma intrínseca, de modo que, por arduo que sea, encuentres placer en ello día tras día. He buscado este tipo de pasión en el sentimiento de entusiasmo, ese estado de ánimo en el que sientes que lo que haces es lo más maravilloso del mundo y no querrías ninguna otra cosa. Ese momento en que te despiertas de un sueño especialmente vívido y te entran unas ganas inmensas de escribir. ¡Ojalá pudiera levantarme así cada mañana! Sin embargo, como seguramente ya sabrás, el entusiasmo no dura.
Como dice Duckworth, el entusiasmo es corriente, el aguante es raro. La pasión de la que habla Duckworth es un tipo de dedicación sostenida, constante y sin sobresaltos. Si lo equiparamos al amor romántico, el entusiasmo sería el enamoramiento transitorio y la pasión sería el amor incondicional y paciente de muchos años.
Es la determinación lo que determina el éxito o fracaso de una vida. Una vida al completo, no un proyecto específico, porque un proyecto puede encontrarse con un obstáculo insalvable y tener que cancelarse. La determinación está por encima de un único proyecto y tiene que ver con hacer algo con tu tiempo y tu energía que sirva a una causa mayor, y es esta causa, y no los proyectos que llevan a ella, lo que está escrito en piedra. Un libro puede ser un fracaso, pero el escritor con determinación seguirá escribiendo, uno tras otro, con la esperanza de que el próximo llegue a los lectores que busca y se quede con ellos para siempre.
La determinación no está de ninguna forma relacionada con el talento. Esto ya lo intuía, y escribí sobre ello años atrás, pero lo mire por donde lo mire me sigue chocando. Creo que a todos nos choca un poco, pues entra en conflicto con la idea que nos han inculcado del genio como una cualidad divina, predeterminada desde el nacimiento. Es posible incluso que el talento pudiera estar inversamente relacionado con la determinación, ya que a menudo a las personas con talento se las observa más de cerca y se les exige un desempeño extraordinario, lo que engendra en ellas un miedo a caer del pedestal y a ser juzgadas. Esto lleva a que muchos talentos precoces abandonen su actividad o bien se limiten a hacer aquello que saben que harán perfectamente y no tomen riesgos, que son fundamentales para poder crecer.
Cuando miro a mi alrededor observo muchísimo potencial, muchísimo talento. Hay personas que sienten una fuerte inclinación hacia algo y cuando lo realizan, siempre en pequeños proyectos y cosas poco serias, poco arriesgadas, resulta evidente que podrían hacer mucho más, que podrían ser grandes. Sin embargo, ver el potencial en los otros no es lo mismo que confiar en su éxito. De hecho, muchas veces sucede justo al contrario: todos conocemos a alguien con una gran sensibilidad para algo (la fotografía, la música, el trabajo social, la cocina…) que, tal y como es en estos momentos, sabemos que si se dedicara a ello fracasaría, porque se desanimaría ante el primer obstáculo. Puede que le falte valor, confianza en sí mismo o un motivo más grande para aceptar la derrota —es una escaramuza, no la guerra— y seguir adelante. Su talento está ahí, pero su determinación es frágil.
El talento, de hecho, abunda. Lo que no abunda es la fuerza interior que lo haga florecer.
Este es uno de los motivos por lo que las películas de superhéroes no me acaban de gustar (aunque las de los Avengers me divierten como a la que más). Estas películas contribuyen al mensaje de que el héroe es una persona tocada por la mano divina, el equivalente a un genio en la lucha contra el mal, y esta narrativa se inserta sin que nos demos cuenta en nuestro inconsciente, haciendo que nos sintamos cómodos en nuestra mediocridad. “Al fin y al cabo”, nos decimos, “yo no crecí rodeado de músicos que me hicieran desarrollar el oído musical, así que nunca voy a ser tan bueno como Mozart”. O puedo pensar, “Tengo cincuenta años y no he dibujado desde los veinte, ¿qué sentido tiene ponerme ahora?”
Y no tiene ningún sentido, en efecto, si no sentimos una pulsión irresistible, la de la vocación. Sin embargo, incluso si ahora mismo no sientes la llamada de la vocación hacia ninguna cosa, esto no debe de preocuparte. Duckworth ha observado que la vocación no es lo que muchos de nosotros pensamos: algo que se tiene o no se tiene, fijo e inmutable, que no puede intercambiarse por ninguna otra cosa. De hecho, si te paras a pensar, seguro que puedes ver en ti numerosos caminos hacia distintas vocaciones, que por uno u otro motivo has dejado pasar. Yo, por ejemplo, sentí la vocación de ser profesora, y de ayudar a que los niños desarrollasen su espíritu crítico. Estuve incluso planteándome estudiar filosofía para enseñarla en las escuelas. También sentí la vocación de ser terapeuta, y de igual modo ayudar a las personas, esta vez adultas, a que desarrollasen su potencial. Y como correctora y lectora editorial, me gustaba la idea de que los escritores se desarrollaran gracias a mis correcciones y apuntes.
Sin embargo, ninguna de esas vocaciones, aunque todas hubieran podido ser un camino válido y satisfactorio, y aunque quizá haya tres o cuatro Martas en universos paralelos desempeñándolas, son la vocación que me llama en estos momentos. Ni siquiera WriterMuse, lo que ha quedado de aquel proyecto en esta página web, era lo que verdaderamente quería hacer.
Por eso, sin una determinación suficientemente fuerte, no podía tener éxito en ninguna de aquellas cosas. De hecho, me di cuenta de que con WriterMuse no iba en el buen camino cuando a mi alrededor la gente no respondía como yo esperaba de ellos. Había organizado varias colaboraciones para hacer crecer el blog y todas fueron cayendo en el olvido, y el primer motivo, motivo que por aquel entonces estaba oculto para mí, era que yo no transmitía seguridad en lo que estaba haciendo.
¿Conoces alguna persona que exude determinación? Son personas a las que echarías un cable sin dudarlo, con total confianza en que emplearían bien el tiempo y el dinero que les has ofrecido. Incluso si ese proyecto que tienen entre manos fallara, sabes que se levantarían otra vez y convertirían esa derrota en un nuevo impulso para crecer más fuertes y en la dirección correcta. Tengo la suerte de trabajar para una persona que me inspira exactamente eso, y sé que toda la energía que yo pongo en su proyecto ella la devuelve multiplicada. Aroa tiene claro lo que hace y para qué lo hace, y es una de las personas más flexibles que conozco, pese a la fijeza de su determinación. Esto es así porque su determinación es ayudar a las personas a llegar a una mayor consciencia de sí mismas, y da igual si es a través de sus cursos de cocina, de la formación de nutrición emocional y alimentación consciente, de las sesiones individuales de terapia o de lo que sea. Si algo ha dejado de funcionar y no aporta a su proyecto último, ella lo analiza desde todas las perspectivas posibles y, si tiene que abandonarlo, lo abandona, y pasa a lo siguiente con valentía. Es un modelo a seguir para mí.
Mi objetivo, o uno de mis objetivos, es hacer precisamente lo que hago: ayudar a que la gente adquiera una mayor consciencia y sea, por tanto, más libre. Mi labor en el día a día es de lo más variada: redacto, corrijo, maqueto, diseño, investigo… soy una persona que facilita la comunicación de ideas y hace accesible el conocimiento a los demás. No sabría qué etiqueta poner a mi trabajo, pero tampoco me hace falta; lo que hago de hoy para mañana puede variar de la manera más inesperada, pero el objetivo último es siempre el mismo.
¿Dónde encaja la escritura en todo esto? Me lo he planteado muchas veces, pues no parece que haya mucha relación entre escribir fantasía y mi “trabajo oficial”. Yo, que soy de darle muchas vueltas a las cosas, me preguntaba a menudo si estas dos cosas eran compatibles, si merecía la pena escribir ficción, después de todo. Y es que he sentido mucha inseguridad respecto a la escritura desde siempre, o al menos desde que tuve que ponerme en serio a decidir mi carrera profesional.
Después de leer Grit, las distintas piezas del puzle han empezado a encajar.
Cuando escribo fantasía estoy sirviendo a la misma causa última que con mi trabajo. Para mí la escritura es conexión, es belleza, es tocar el corazón de las personas, es abrir mundos antes ni siquiera soñados. La escritura abre la mente y nos conecta entre nosotros y con la belleza del mundo. La escritura es para hacernos conscientes y libres.
La escritura puede servir muchas funciones, tal vez infinitas, pero la que a mí me gusta, la que yo leo y la que yo escribo, tiene que ver con ese propósito que persigo. Por eso Tolkien, Lord Dunsany, Keats, Borges, Le Guin y muchos otros me acompañan. Podrían acompañarme otros tantos que he leído, y seguro que algo de ellos se ha quedado en mí, pero aquellos a los que vuelvo una y otra vez son constantes, porque son el tipo de escritor que yo aspiro a ser.
¿Te has planteado alguna vez una causa última para lo que haces, un objetivo final? Duckworth habla de que aquellas personas que son verdaderamente determinadas poseen un único objetivo final, de máximo nivel, que organiza casi todo lo demás que hay en sus vidas y sirve de material para hacerlo crecer. Ella divide los objetivos en nivel bajo, medio y alto: los de nivel bajo son aquellas tareas pequeñas que constituyen un proyecto, mientras que los proyectos son objetivos de nivel medio que conducen al último, que todo lo engloba. Cuando tienes un objetivo de alto nivel, como “ayudar a que la gente adquiera una mayor consciencia” (y podría añadir a esto, “mediante la escritura, de ficción o no ficción”), es mucho más fácil ser flexible con los objetivos de menor nivel, acortando la lista de tareas según si sirven o no a este objetivo último. También es más fácil soltar los proyectos que no nos aportan ya, que consumen demasiada energía y no contribuyen o no nos resultan tan placenteros como otros.
Cuando pienso en este objetivo final, ordeno mis prioridades y me siento tranquila al darles a cada una el tiempo que se merecen. Me gustaría, por ejemplo, dedicar más tiempo a bailar o a cocinar, pero como no son una prioridad ahora mismo y hay otras cosas más significativas y que me apetecen más, no me siento culpable por no dárselo.
Según la investigación de Duckworth, la mayoría de las personas se encuentran en una situación vital en la que o bien tienen un objetivo final sin una estructura de objetivos medios y bajos que lo sustente (”Mi sueño es ser pintor”, pero la persona no dibuja ni siquiera un par de horas a la semana); o bien emplean su tiempo en varios proyectos, que son objetivos de nivel medio, sin un objetivo final coherente (”Ahora estoy amueblando la casa, en primavera me pondré a plantar hierbas aromáticas, y en verano me voy de crucero”); o bien tienen varios objetivos finales inconexos y que cada uno requiere una dedicación y energía distintas. Aunque en este caso, señala Duckworth, cierta multiplicidad en los objetivos vitales es a veces inherente a la condición humana, pues muchos de nosotros queremos, por ejemplo, tener una buena vida familiar y al mismo tiempo una carrera enriquecedora.
Vale la pena dedicar un tiempo a la reflexión y otro tiempo, igualmente necesario, a la experimentación. Probar aquello que creemos que podría gustarnos, con una buena dosis de paciencia y de curiosidad y muy poca exigencia, sobre todo si somos novatos y estamos todavía tratando de descubrir si algo nos puede gustar. También podemos analizar aquello que creemos que da dirección en estos momentos a nuestra vida, tanto si es un objetivo inconsciente como si es un propósito que ya hemos hecho consciente: ¿de qué manera se relacionan nuestros proyectos entre sí?, ¿hay un hilo conductor?, ¿podría articular un único objetivo vital? Por último, podemos reflexionar sobre aquello que ya hacemos y ver si, en efecto, no podría ser esto ya algo que nos aporta el propósito que nos hace falta. Duckworth habla en este caso de profundizar en nuestros intereses, de buscar la complejidad, la sutileza y el sentido social de aquello que ya estamos haciendo, de convertir nuestro trabajo o carrera en una vocación.
Duckworth cita la parábola de los albañiles, aquí la copio traducida:
A tres albañiles se les preguntó: “¿Qué estás haciendo?”. El primero dice: “Estoy poniendo ladrillos”. El segundo dice: “Estoy construyendo una iglesia”. Y el tercero dice: “Estoy construyendo la casa de Dios”. El primer albañil tiene un trabajo. El segundo tiene una carrera. El tercero tiene una vocación.
Es un buen ejercicio pararnos a pensar en la utilidad social que tiene nuestro trabajo, bien sea el que ya tenemos o el que proyectamos tener. El propósito, la creencia en que aquello que hacemos sirve a los otros, siempre está presente en todas las personas con una gran determinación, pues, de otro modo, cuando lo que tienen entre manos se vuelve demasiado pesado, o cuando se han caído por enésima vez y no se sienten con fuerzas para levantarse, el mero disfrute de lo que hacen sería insuficiente para animarlas a seguir. La perseverancia se alimenta de mirar hacia fuera.
Pero también de mirar hacia dentro. Si lo que hacemos no nos resulta de alguna manera placentero, no nos será posible perseverar. Imagínate que tuvieras que ejercer de cirujano, porque es algo que se considera de gran valor para la sociedad, pero no encontraras placer en ejecutar acciones muy complejas con gran precisión, o que te plantearas ser abogado para defender a los inocentes y que el estudio de las leyes y su complejo entramado te resultara aborrecible.
Pasión y perseverancia: esas son las claves de la determinación. Te animo a que las busques en tu vida si no las has encontrado ya. Si las has hallado, felicidades, y te deseo toda la suerte del mundo en los proyectos en los que te embarques, aunque como persona con determinación, la suerte es uno de los factores menos decisivos en tu éxito.
En cuanto a mi determinación, ahora me doy cuenta de que el elemento que faltaba era la comprensión de que el arte era significativo, de que lo que yo hacía cada mañana podía servir a un propósito y no solo a mi cabezonería. Sé que ya había escrito al respecto, y sé que entonces parecía muy clara mi conclusión, pero no lo estaba en absoluto, me debatía constantemente. Ante la enormidad, la absoluta y abrumadora belleza del mundo, ¿qué puede hacer el artista?

Entonces me acordé de unas líneas que había escrito Tolkien para hablar del reino de Faerie y de la misión del artista. No llegó a publicarlas, se quedaron en un borrador que su hijo rescató años más tarde. Te lo copio aquí en su idioma original y justo después traducido:

“The Land of Fairy Story is wide and deep and high.... In that land a man may (perhaps) count himself fortunate to have wandered, but its very mystery and wealth make dumb the traveler who would report.... The fairy gold (too often) turns to withered leaves when it is brought away. All that I can ask is that you, knowing all these things, will receive my withered leaves, as a token at least that my hand once held a little of the gold.”

"La tierra de los cuentos de hadas es amplia, profunda y alta... En esa tierra un hombre puede (quizás) considerarse afortunado de haber vagado, pero su misterio y su riqueza enmudecen al viajero que quisiera informar sobre ello... El oro (con demasiada frecuencia) se convierte en hojas marchitas cuando se lo trae de vuelta. Todo lo que puedo pedirte es que tú, sabiendo todas estas cosas, recibas mis hojas marchitas, como muestra de que al menos mi mano alguna vez sostuvo un poco del oro."

Y me asaltó la ironía de que me estuviera preguntando qué valor tiene el arte y respondiera a ello con las hermosas palabras, de exquisita sonoridad (”that my hand once held a little of the gold”), que ahora formaban parte de mi memoria y de mi manera de ver el mundo.

De la ecuación de la determinación faltaba en mí esta pieza clave: el arte es esencial, el arte nos hace ser quienes somos. Por eso quiero hacer arte y contribuir con ello a una sociedad más consciente. Los que somos lectores empedernidos estamos hechos de retazos de literatura.
Antes de finalizar, creo que este es un buen lugar para dejar también una carta de Rilke, de su colección Cartas a un joven poeta:
"Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Ya lo ha preguntado a otros. Los envía a revistas. Los compara con otros poemas y se alarma cuando algunas redacciones descartan sus ensayos poéticos. En lo sucesivo (ya que me permite aconsejarle) le suplico renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia afuera; sobre todo, es lo que debe evitar en lo sucesivo. Nadie le puede dar consejo o ayuda. No hay más que un solo camino. Entre en usted mismo, busque la necesidad que le obliga a escribir: examine si sus raíces penetran hasta lo más profundo de su corazón. Confiésese a usted mismo: ¿moriría si le estuviese vedado escribir? Sobre todo esto: pregúnteselo en la hora más silenciosa de la noche: "¿Verdaderamente me siento apremiado para escribir?”. Hurgue en sí mismo hacia la más profunda respuesta. Si es afirmativa, si puede enfrentar una pregunta tan grave con un fuerte y simple: “Debo”, entonces construya su vida de acuerdo con esta necesidad. Su vida, hasta en sus momentos más indiferentes, los más vacíos, debe convertirse en signo y testimonio de tal impulso."

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